Nada (Carmen Laforet)

Me alegra saber que hay libros tremendos más allá de La Familia de Pascual Duarte y me alegra que el tremendismo también esté instalado en Barcelona, no sólo en la provincia de Badajoz. Me alegra que una mujer se ponga tremenda mirando a su alrededor.

Primero me llegó una imagen de Laforet en el campo con tacones. Me recordó a las imágenes de un reportaje sobre académicas de la lengua: mujeres en blanco y negro retratadas en su infancia y juventud. Me gustan los tiempos en los que las fotografías eran únicas y la sonrisa no era forzada ni el momento preparado. Me gusta la espontaneidad (una especie de combustible fósil) 

En definitiva: convierto a Laforet en un recortable que me mira desde alguna parte de la habitación y con el tiempo sé que esa imagen me llevará a la lectura de Nada. Yo que soy una hembra del 87 me siento a caballo entre dos generaciones, lo suficientemente galopante para intuir que lo que Nada cuenta es más reciente de lo que parece: miseria y desigualdad; postureo también. 

La protagonista es una secundaria rodeada de fuerzas impersonales, avergonzada de sí misma unas veces y con el suficiente arrojo, otras, para vivir los tiempos del hambre en la España no tan profunda. Repito: vivir.

La novela la estructuraría entre lo que pasa dentro de la casa y lo que ocurre fuera. No son escenarios del todo antagónicos pero resuelven la disyuntiva entre la intimidad y  la comunidad. Andrea, que así se llama quien cuenta, se engaña al pensar que puede ocultar quién es ocultando a su clan. La única manera de construir una identidad libre pasa por reconocer de dónde venimos; y reconocer es valorar; y valorar es hacer justicia. Y si hacemos los deberes, somos justas y valoramos la influencia de nuestra historia en nuestro tiempo presente dejaremos de compararnos y de sentirnos pequeñitas por dentro, dejando ,así, de mostrarlo fuera. Eso es. Ocupémonos de nuestra casa en primer lugar. 

El mundo exterior entra en la casa de la calle Aribau, de la calle San Juan, de San Sebastián y de la calle Macías Pajas- y de la calle Cuesta, ¡of course! ¡Cómo no!, ¡Existió!-, escapando al control de sus habitantes. Dice Kiarostami que sólo así puedes aprender algo. Adentro como afuera, afuera como adentro, se logra la Paz.

Y la Paz de Andrea llegó y con ella las oportunidades, volviendo a migrar.

Fantaseo con mi octava casa en otro lugar pero antes quiero compartir la primera y la última. "Hallará una casa como no hay otra en la faz  de la tierra", porque es mía es única, como la tuya.  













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