El día que Nietzsche lloró (Irvin D. Yalom)

Anoche finalicé la lectura del libro. No un libro, sino "el libro". El tiempo que me ha llevado hacerlo ha supuesto una especie de sesión de terapia psicoanalítica. He derrumbado mitos y me he quedado vacía por ello, pero hoy soy más libre. Me explico: la trama gira en torno a la "desesperación". Siempre he dicho que soy una suicida en lo que se refiere a las relaciones íntimas, una fan llena de admiración por la figura del héroe posmoderno, que a través de la metodología del realismo mágico, hace lecturas simbólicas de la realidad. Basta.
El relato pone en diálogo a Nietzsche con su médico. Entre ellos se establece una relación íntima, y a pesar de  la perfecta asimetría existente en cuanto a sus personalidades, los dos afrontan los mismos fantasmas en forma de fantasía; ambos hacen catársis con la comunicación, que no llega hasta el final, cuando ya lo único que queda es nada. Llegan a la meta desde dos direcciones opuestas (guiño a Zahara).  
 
"Usted quiere echar raíces pero tiene miedo de desearlo". El desenlace llega en forma de paradoja, de imposible, y aceptarlo es crecer. Podría apuntar multitud de citas y lo haré, sin ánimo de destripar el libro. O quizá sí: con ánimo visceral porque algo cambió en mí. No más suicidios.
Suena "El aguante" de Calle 13, una y otra vez: "nos creemos la mentira y nadie aguanta la verdad".
Gracias a Katia Aboli porque la lectura recomendada me une más a ella.

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